MÁRTIR EN VIDA
Sale cada mañana con su capa de estuco bien aplicada,
con su altiva menudencia,
rozando con sus pechos las tristes papeleras.
Sale con sus dolores bien abrochados,
con la urgencia del libro cerrado,
con la voz corrompida en el silencio,
sale con su dosis de impotencia,
sale presa de su noche mal zanjada.
Y entro yo,
recluso número once,
fiel paciente de sus tremendeces,
anacoreta de su arrogancia en el destierro.
Entro yo, de nuevo,
para cumplir sentencia,
para barrer los charcos fuera de las afueras,
para crecer subyugado al martirio del ignorante.